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jueves, 3 de diciembre de 2015

Heridas que sanan.

Isaías 53:5 "Pero Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo por nuestra paz, cayó sobre Él; Y por sus heridas hemos sido sanados"

Por lo general cuando somos afectados por alguna enfermedad lo asumimos tan natural, que abrazamos la enfermedad como propia y normal en un hijo de Dios.
Pero la realidad es que Jesucristo "llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores" en la cruz, precisamente para que nosotros no padezcamos de ninguna de ellas.
El sufrió un terrible dolor en cada una de sus heridas, para que sus hijos tengamos derecho a vivir en salud plena. Él llevó en su cuerpo, estando en la cruz toda enfermedad para que por medio de Su herida y Sus llagas fuésemos nosotros sanados- Su voluntad es que vivamos completamente sanos.
El no solo nos limpió de iniquidad sino que nos sanó de "todas" nuestras dolencias, y las dejó clavadas en la cruz.
Esto quiere decir que Dios "NO" es el autor de las enfermedades, ni quien las permite, pues de ser así, contradijera Su glorioso acto de amor en la Cruz del Calvario.
Dice Salmos 30:2 Oh Señor, Dios mío, a ti pedí auxilio y me sanaste.
El perdón de pecados y la sanidad Divina están estrechamente ligados. No solo es sanidad del cuerpo, sino del alma y del espíritu- Una salud integral, para que vivamos llenos de vida, esa vida en abundancia de la que registra las Escrituras.
Dice Mateo 8:17 El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestros dolores.
El problema que tenemos muchos creyentes, es que no creemos de corazón en esta promesa de sanidad, porque cuando nos dan un diagnóstico o vienen síntomas de enfermedades, abrazamos la enfermedad en lugar de abrazar la Palabra y sanidad que Cristo pagó de antemano por cada uno de nosotros; Y declaramos que estamos enfermos, en lugar de clamar la sangre de Jesucristo que anula las enfermedades que nos quiere endosar el maligno.
No hay que temer por una batalla que ya fué ganada en la cruz, ni gastar en algo que ya fue cancelado a precio de sangre. Solo necesitamos orar, creer, declarar la promesa y alabbar por la salud otorgada por Cristo en la cruz.
Así que: Ordene a esa enfermedad que le aqueja que abandone su cuerpo ahora mismo en el nombre de Jesucristo y declare que por las llagas de Cristo usted es sano.
Diga con toda certidumbre de fe: Yo, como hijo de Dios tengo derecho a estar saludable. Mi Padre es médico por excelencia y mi hermano Jesucristo pagó por mi salud en la cruz. Por lo tanto nada en el mundo físico ni en el espiritual, tiene derecho legal de enfermar mi cuerpo. Con la autoridad de Jesucristo desarticulo toda enfermedad que pretende afectar mi organismo y me declaro sano por el poder de la gloriosa Sangre de Jesús. ¡Amen!


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