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lunes, 23 de enero de 2017

Resultado de imagen para jeremias 18:3,4
En una oportunidad oraba con un amigo profeta y una amiga pastora, y entrando en las profundidades con Dios, mi amiga tuvo una visión donde cada uno de nosotros nos comunicábamos con el Padre desde una posición y óptica distinta, a pesar de que los tres clamábamos por lo mismo. 
Ella se veía a los pies del Señor adorando y llorando, mientras Dios acariciaba su cabeza; Mi otro amigo estaba formulándole preguntas de todo y por todo, tratando de razonar hasta las cuestiones espirituales; Y a mí me vio parada al lado del Señor, observando al mundo con sus cosas malas y buenas e intercambiando ideas con el Creador. Y ella me dijo: ¡Guao! con todo esto pude interpretar el diferente trato de Dios con cada uno de nosotros conforme a nuestra relación, madurez, dones, llamado y carácter.
Y es que definitivamente el Eterno trata de diferente manera con cada uno de sus hijos.
Me dio risa hace un tiempo que solicitaba oración a dos guerreras del Señor en conversaciones separadas, y ambas me dijeron: Tu eres para del Señor (camarada), sé que te va a hablar claro y hacer entender su plan en todo esto.
Por eso procuro en lo posible no juzgar las diferentes reacciones de los hermanos ante un mismo evento. Solo Cristo conoce su ser interior, y sabe cuál es su trato con ellos en esa situación.
Particularmente he aprendido a reconocer el trato del Padre conmigo. Me trata como una princesa que reconoce su lugar, beneficios y limitaciones de esa posición, tiene una estrecha relación con el Rey y es consciente del deber de defender su reino. Pero me da órdenes como a una guerrera, que así esté herida debe seguir luchando, dando uso a sus armas espirituales y sin derecho a quebrantar la disciplina militar que como parte de su ejército se me exige.
¿Eres capaz de reconocer Su trato contigo?
El dilema está en que algunos debiendo ser ya maduros, demandan que se le traten como niños dependientes. Quieren alimento sólido, pero aun no aprenden a digerir la leche espiritual. Desean consuelo sin reprensión y amor sin disciplina; Y así no es…
Dice Jeremías 18:3,4 Yo, Jeremías, bajé y encontré al alfarero trabajando el barro en el torno. Cuando el objeto que estaba haciendo salía mal, volvía a hacer otro con el mismo barro, hasta que quedaba como él quería.
Cuantos nosotros repetimos en nuestras oraciones: “Señor, trata con mi vida, hágase Tu voluntad. Tu eres el alfarero y yo el barro, haz conmigo lo que tú quieras”. Esta expresión que hemos pronunciado por nuestros labios suena muy bonita y poética, aunque en lo profundo de nuestro corazón no estamos dispuestos a ser quebrantados para así poder ser perfeccionados. Entonces sin ningún tipo de disposición volvemos a caer el día siguiente en la rutina de: el trabajo, los quehaceres de la casa, poco ánimo de dejarnos usar por él, poco orar y leer la Biblia, y una vida rutinaria espiritualmente y materialmente. Es en síntesis: De labios le honramos pero nuestro corazón está lejos de él; Hay un área en nuestro interior que se resiste a permitir que el Señor obre. Muchos contendemos con el Alfarero porque vemos a otros y quisiéramos esa vida, otros pretendemos ser perfeccionados de gratis, y solo unos pocos van y se humillan ante la Poderosa mano de Dios a diario con el propósito de ser transformados.
Dios siempre va a tratar con nuestro carácter, con nuestra fe, con nuestras motivaciones incorrectas, con la religiosidad, etc.
No te bajes del torno del alfarero y deja que haga su obra maestra en ti.

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