“Llorar
con los que lloran”, no es cuestión de decirle a alguien que pasa por una
pérdida: Te acompaño en tus sentimientos, ni darle palmaditas en la espalda a
quienes tienen situaciones difíciles; ni mucho menos sentarnos a su lado a
quejarnos a la par de ellos.
Cuando
una persona pasa por un momento de aflicción, quizás lo que necesite sea unos
oídos que le escuchen, un hombro para llorar, o unos brazos que lo abracen cálidamente
durante unos minutos. También podría ser esa voz sabia que le diga con toda
humildad: Te entiendo, yo he pasado por eso, pero más te entiende Jesucristo
quien fue experimentado en quebrantos.
Pero
sobre todas las cosas, necesitan de esa compañía que brinda el apoyo moral de
una mano amiga…Porque habrá momentos en que las palabras sobren o tal vez no nos
salga ninguna- Solo la espera de ese bálsamo Divino que sana las heridas del
alma.
Dice
Romanos 12:15 Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran.
Es
totalmente fuera de lugar pretender hacernos los chistosos cuando alguien está
pasando por un trance doloroso. Por eso cuando no sepamos que hacer, con pasar
la mano por su hombro y orar al Padre por consuelo, será suficiente.
El
amor, la compasión y la comprensión, son factores determinantes para actuar
correctamente ante un hermano afligido, y ejercitarnos en el evangelio
práctico.
Como
los amigos de Job en un inicio, que fueron al verlo, rasgaron sus vestidos y
lloraron con él. O como cuando Jesús fue al sepulcro de su amigo Lázaro junto a
su familia, donde sencillamente “lloró”.
Dicen
las Escrituras, que: La religión pura y sin mácula es visitar a los huérfanos y
a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.
No
debemos evitar a los hermanos en problemas. Recordemos que es mejor estar en la
casa del luto que en casa de banquete.
Es
un principio como miembros del cuerpo de Cristo: Si un miembro se duele, todos
los demás miembros se duelen con él.
¡Eso
es ser verdaderamente espirituales!
Aun
aquellos que nos hacemos llamar profetas o nos movemos en niveles proféticos;
tomemos el ejemplo de Jeremías: Cuando el Señor le mostraba la decadente
condición de su pueblo. Él se identificaba y sufría al lado del pueblo, con
empatía y solidaridad. Caminó a su lado, les dio palabra de Dios y no los
abandonó.
Consolemos
con la misma consolación con la que hemos sido consolados, sin cuestionar la fe
de nuestro prójimo, ni señalarle por ese momento de debilidad emocional.
Ayudemos
a la gente a levantarse con un espíritu correcto, sin forzarlo ni juzgarlo;
Como si fuésemos nosotros mismos que estamos en su lugar; Y como nos gustaría que nos trataran si
pasamos por procesos similares.
Simplemente,
haz lo que haría Jesús.
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