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lunes, 3 de noviembre de 2014

Colocándonos Riendas.



Proverbios 25:28  Como ciudad sin muralla y expuesta al peligro, así es quien no sabe dominar sus impulsos.

He escuchado infinidad de veces la siguiente recomendación: “Cuenta hasta diez cuando estés a punto de estallar en un improperio o en un arrebato de ira”. Pero sé que en esas situaciones hay  quienes hasta los números se les olvidan… porque el enojo es tal, que se enceguecen y dicen lo que es y lo que no es; No les da tiempo de pensar- sencillamente se enardecen y estallan, y luego no hay forma de recoger todo lo que se dijo o lo que destruyó su detonación.
Pero no necesariamente la persona que dijo más de lo que debió fue impulsada por un enojo mal manejado; Pues también hay quienes sueltan las palabras porque no saben manejar ni dosificar las emociones, y a algunos los podemos escuchar diciendo: Así es mi temperamento “Colérico o Sanguíneo”; Son como un caballo sin riendas que corre, brinca y se para en dos patas sin importar si lleva a alguien encima o se lleva al que se le atraviese por el medio; Solo piensa en él, en su libertad y lo que le provoca en el momento. Dice  Proverbios 16:32 Mejor es el lento para la ira que el poderoso, y el que domina su espíritu que el que toma una ciudad.
Todos necesitamos la ayuda del Señor al respecto, con el “Dominio propio”: esa capacidad que nos permite controlarnos a nosotros mismos y nuestras emociones; Y que éstas no nos controlen a nosotros, sacándonos la posibilidad de elegir lo que queremos sentir en cada momento de nuestra vida. Note que es el control de uno mismo, no es algo que cae del cielo o con lo que Dios nos bautice, sino más bien una determinación propia de colocar rienda y domar esas emociones negativas o mal canalizadas para no ser esclavos de ellas.
Lo necesitamos para tener dominio sobre el pecado con sus tentaciones, los pensamientos incorrectos o que no edifican, las emociones que terminan envenenando el alma, para saber comunicarnos sabiamente en amor, y para tomar decisiones acertadas con sobriedad y no estar luego lamentando las consecuencias. “La templanza o dominio propio vienen siendo esa fuerza interior que controla nuestras pasiones y deseos bajo la dirección del Espíritu”. Dice: Proverbios 15:1,18 Más vale paciencia que valentía y dominarse que conquistar una ciudad. La respuesta blanda aplaca la ira, la palabra hiriente atiza la cólera. El hombre colérico atiza las pendencias, el hombre paciente calma la riña.
En una oportunidad le manifestaba a Dios algunas molestias que sentía por injusticias que me hacían o veía, y le dije: Señor, si ya me habían dejado de afectar tanto cuando pasaba por estas situaciones, ¿Por qué nuevamente me irritan y me duelen como antes? ¡Quisiera ponerlos a todos en su lugar! Y el Señor me dijo: Porque te bajaste de la cruz hija… ¡Uf, eso me ubicó como ustedes no se imaginan! Si nos bajamos de la cruz, perdemos el dominio propio.
Sin dominio propio el amor se vuelve una pasión desordenada; El gozo en una fiesta inmoral; La paz en una actitud indiferente ante la vida; La paciencia en tolerancia alcahueta; La benignidad en falta de disciplina; La bondad en permisividad, La fe en superstición y sincretismo;  Y la mansedumbre o humildad en miseria y pobreza. El dominio propio sería en este caso ese equilibrio para que lo Divino no cruce la raya al exceso que invita la carne.
El dominio propio en nuestra vida es semejante a la pericia que debe de tener un conductor profesional de carros de carrera. Nuestra vida se mantiene en la pista o se destroza contra los muros de contención con el más mínimo movimiento del volante.
Hay que vivir una vida en el Espíritu para dar ese fruto: Admitiendo nuestra responsabilidad, ir a Dios y confesar que tenemos el problema de no saber dominarnos buscando Su ayuda, evaluando de ahora en adelante cómo reaccionas ante ciertos sentimientos y dejando que alguien de confianza nos evalúe para que le demos cuenta y pueda decirnos ese punto ciego que nosotros mismo no logramos ver. Con la ayuda de Dios podremos manifestar Su carácter, solo hay que rendirse a Él y dejar de defender lo indefendible.


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